martes, 9 de marzo de 2010

CHILE: EL OTRO TERREMOTO

Leonardo Ogaz A.

Pareciera que una especie de maldición hiciera recaer hasta los fenómenos naturales sobre las espaldas de los más pobres, pero en realidad no hay ninguna maldición, ni castigo divino, lo que existe son estructuras de desigualdad destinadas a golpear a los más vulnerables. Chile es uno de los países que tiene uno de los índices más regresivos de distribución de la riqueza, ocupa el puesto número 14 del mundo de la peor distribución de la riqueza (indicador Gini), la distancia entre la minoría rica y la mayoría pobre son obscenas.

El terremoto y el maremoto que se produjo en Chile tuvieron una propiedad develadora, pusieron en evidencia lo que es el desarrollo desigual de una sociedad capitalista, las grietas telúricas también mostraron las profundas fisuras sociales, se habló del “terremoto social”. Se vio un Chile de adobe, de construcciones precarias, si el 68% de los chilenos gana menos de 340 dólares al mes las posibilidades de construcción de casas antisísmicas son pocas, se observó edificios, carreteras y puentes mal construidos por la insaciable sed de ganancias, con tal de aumentar los beneficios no se cumple con las normas y especificaciones técnicas para un país de alta sismicidad, se vio la lentitud e inoperancia de las instituciones del Estado, se apreció el colapso del sistema de comunicaciones, en fin, se pudo ver un gobierno que no fue capaz de dimensionar la magnitud del desastre, se manifestó una arrogancia estúpida proclamando que Chile no necesitaba ayuda y por otro lado se solicitaba teléfonos satelitales revelando la imprevisión negligente de los sistemas de comunicación, la Armada a cargo de indicar y activar las alertas del tsunami no lo hizo en términos adecuados lo que costó muchas vidas.

Chile se reveló como un país de agudas contradicciones sociales, la delincuencia fenómeno social que adquirió proporciones preocupantes durante la dictadura, y que los veinte años de democracia no solo que no han podido resolver sino que ha ido en incremento, hizo aparición en forma terrible al resquebrajarse los mecanismos de la dominación normal. Tuvo que ser militarizada la zona del desastre y se puso en primer término la defensa de la propiedad antes que la ayuda. Un empresario dueño de un frigorífico en Concepción no podía salir de su asombro al comprobar que un colega había participado en los saqueos con su camión y que después se encontraba vendiendo los productos en el mercado negro, esto hay que separarlo de la desesperación e indignación popular en contra de los grandes supermercados que no encontraron mejor idea que cerrarlos dejando a la población totalmente desabastecida.

Se percibió un gobierno que priorizaba la defensa clasista de los más pudientes antes que la atención de los más olvidados. Pero también se observó una fractura profunda en los valores de amplios sectores de la población que reveló la acción de 37 años de neoliberalismo, ruptura de las relaciones solidarias y cooperativas y el egoísmo y la codicia lumpen campearon por las calles y pueblos de Chile. La dictadura y la democracia han incentivado la competencia, el individualismo y la frivolidad. También, es cierto, han existido sublimes muestras de solidaridad sobre todo en aquellos pueblos donde las relaciones capitalistas y neoliberales no han carcomido todavía el tejido social.

Pero lo más asombroso de todo es como Chile ha mostrado su vacío político moral. Los más audaces razonamientos de Guy Debord sobre la sociedad del espectáculo han quedado empequeñecidos ante lo que está ocurriendo. El viernes 5 de marzo se monta un espectáculo, una Teletón para reunir fondos para la reconstrucción y el discurso central e inicial no lo dan los líderes políticos conductores o conductoras de la nación, sino un presentador de televisión que se ha convertido en el único personaje que representa una ficticia unidad nacional. Los contenidos falaces, populistas, manipulador de emociones, del discurso revelan este desfondamiento político y ético, la tragedia no golpeó de la misma manera a los ricos y a los pobres como se afirmó. Lo más increíble es como escuchaban seducidos la presidenta saliente, el nuevo presidente electo, los presidentes de la cámara de diputados y el senado , el cardenal , los ministros es decir toda la cúpula del poder completamente subordinados ante la potestad mediática. En Chile, en una dosis importante, se controla socialmente política e ideológicamente el país a través de los medios de comunicación en poder de grandes empresas privadas. Y la televisión pública se ha entregado totalmente a la dictadura de las mediciones de audiencia que supuestamente indican que la gente ama volverse estúpida.

El haber escogido una Teletón como medio de hacer una catarsis espectacular que permita el ejercicio normal de la dominación está demostrando como el espectáculo se impone como gran director de la conducta frívola, superficial que el neoliberalismo, y el pensamiento débil han conducido a una sociedad que antes se enorgullecía de sus premios nobel de literatura y de la capacidad crítica de sus intelectuales. Además esos teletones son el espacio que utiliza la empresa privada para hacer sus grandes operaciones de mercadeo, legitimándose con una supuesta generosidad con la cual posteriormente no pagan impuestos, como lo denunció alguna vez el cantante del grupo de rock los Prisioneros al interior del propio espectáculo.

El pueblo pobre de Chile merece de la solidaridad de sus propios congéneres y de los pueblos del mundo, pero no debe ser ni paternalista, ni asistencialista porque eso nos des- constituye, los teletones los sumen en la sensiblería, el patrioterismo y la frivolidad. La ayuda debe impulsar su dignidad, su capacidad de organización y decisión, como la que están haciendo los sectores del izquierda anticapitalista en Chile.

Leonardo Ogaz A. es catedrático universitario.

Publicado por ALAI - http://www.alainet.org

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