Leonardo Ogaz A.
Las buenas maneras del traspaso presidencial refrendan la disolución posmoderna de paradigmas. Como si en Chile no existiera una diferencia abismal entre mayoría de la población y élite dominante.
A más de alguien debe haber sorprendido que una Presidenta Socialista exitosa dé paso a un presidente de derecha que gobernará con muchos de los que apoyaron al gobierno de Pinochet.
La contradicción es solo aparente, en realidad en Chile desde que se abrió paso al régimen que sucedió a la dictadura, dos coaliciones, la de derecha y la “Concertación por la Democracia”, alianza entre la Democracia Cristiana dos partidos de corte socialdemócrata y el Partido Socialista de Chile que copa el espacio político dela centro derecha y la centro izquierda, se han puesto de acuerdo en al menos dos cosas fundamentales: no tocar el modelo económico neoliberal dejado por la dictadura y no cambiar sustancialmente el régimen electoral binominal que les garantiza una cuasi paridad, se necesita, entonces para cualquier iniciativa política importante de acuerdos, y así han estado manejando el sistema en una especie de cogobierno informal durante 20 años en una “democracia de acuerdos”, pero excluyente de todas las minorías. Y es muy probable que esto siga en una surte de intercambio que se parece bastante a la teoría de Wilfredo Pareto acerca de la circulación de las élites.
La astucia de la “Concertación” actual alianza gobernante de empoderarse del modelo neoliberal y del régimen político dejado por la dictadura ha terminado. El degaste, la corrupción y una hábil campaña de la derecha la han desbancado. Una determinada gestión junto a un estilo de hacer política de los partidos integrantes de la “concertación” ya había concitado un enorme malestar incluso al interior de sus propias filas, además con el paso del tiempo las diferencias y los matices de las dos coaliciones enfrentadas en lo insubstancial, se fueron desdibujando, las ideologías licuando en la ensalada posmoderna de lo que se ha dado en llamar la política transversal, ahora da lo mismo los políticos de derecha que los de izquierda puesto que lo que se discute son los detalles.
La propia concertación preparó con esto suderrota, quien mejor se maneja en esta atmosfera populista y clientelar es la derecha y su triunfo sigue la lógica del ambiente liviano y farandulero en que se ha transformado la cultura política chilena. Tan es así que el candidato de la derecha Sebastián Piñera acaudalado millonario se presentó con una estrategia que trabajó sutilmente la idea de que era él la verdadera continuidad del progresismo de la presidenta. Ahora la Señora Bachelet deja paso a la expresión política de los principales beneficiarios del sistema que se ha instaurado en Chile, los grandes empresarios y las empresas multinacionales.
Las buenas maneras del traspaso presidencial refrendan esta disolución posmoderna de paradigmas. Como si en Chile no existiera una diferencia abismal entre la mayoría de la población y la élite dominante. Habla además de la tremenda hegemonía del pensamiento neoliberal en Chile que ha llegado a convertir hasta a ciertos sectores socialistas en obsecuentes defensores de la economía de mercado, incluso pudimos escuchar en la primera vuelta de la campaña presidencial al candidato del Partido Comunista, un socialista disidente de viejo cuño, decir que el mercado es un perfecto asignador de recursos.
La astucia de la “concertación” consistió en vestirse con ropa ajena, aunque se duda hoy que tuvieran una ropa propia, la aceptación del neoliberalismo y las estructuras de reproducción política dejadas por la dictadura, es la causa profunda de la derrota, a pesar que de bocarechazaban el binominalismo, se acomodaron y en 20 años no las cambiaron, la excusa de que la derecha se oponía revela la absoluta incapacidad política o la anuencia cómplice de no romper definitivamente la institucionalidad pinochetista.
Quizás el aporte más significativo de la coalición saliente sea el haber impuesto una especie de neoliberalismo social con inversiones en salud y educación cuyo eje lo constituyó una red de protección social que impulsó en el último período la presidenta Bachelet, además de una política de subsidios a través de bonos a los sectores más empobrecidos, que ha instaurado un populismo bonocrático que sumado al control mediático les ha permitido mantener importantes niveles de adhesión.
En realidad el 80% de popularidad que exhibe la presidenta Michel Bachelet es en gran medida una hechura mediática impulsada por toda la izquierda, el centro y la derecha, esta popularidad no podía ser transferible a su coalición porque la mitad de esa popularidad era generada por la propia derecha que evaluaba positivamente a la presidenta socialista ya que el manejo económico seguía la ortodoxia neoliberal con la cual el empresariado chileno está más que satisfecho. Mientras en plena campaña presidencial el gobierno se negó rotundamente a resarcir a los profesores de una deuda previsional histórica dejada por la dictadura, derrotando una larga huelga de los maestros, las cámaras empresariales no dejaban de elogiar la política responsable de la presidenta.
El balance profundo de los 20 años de los gobiernos concertacionistas no es para sentirse orgullosos. En un estudio reciente realizado por la Escuela de Economía de la Universidad de Chile se dan los siguientes datos: el 68% de los chilenos no tienen un contrato laboral permanente, sino precarista, lo que habla de una tasa de explotación impresionante.
Otro 68% gana menos de 180.000 pesos mensuales ( menos de 360 dólares), que el 62% de los niños nacen sin familias constituidas; que el 46% de los chilenos padecen de neurosis o depresión; que el 66% de ellos no lee ningún libro al año; que la tasa de delincuencia permanece alta y si agregamos quela represión al pueblo mapuche continúa y que los niveles de distribución del ingreso son obscenos y explican el clasismo estructural de la sociedad chilena vemos que la situación dista bastante de la imagen mediática que presenta a Chile como caminando hacia el desarrollo.
En conclusión se cambiará de gobierno pero no de modelo, habrá otros matices más regresivos por ser un gobierno de derecha y la política internacional del nuevo gobierno se enfrentará con los gobiernos progresistas de América Latina. El escenario próximo de la coalición derrotada, cuyo principal partido es el Demócrata Cristiano, es de una crisis profunda que la puede llevar a su ruptura definitiva, ya que sobre todo este partido, el demócrata cristiano, no puede articular un proyecto esencialmente distinto al de los derechistas triunfantes.
Publicado en: http://www.kaosenlared.net/
Las buenas maneras del traspaso presidencial refrendan la disolución posmoderna de paradigmas. Como si en Chile no existiera una diferencia abismal entre mayoría de la población y élite dominante.
A más de alguien debe haber sorprendido que una Presidenta Socialista exitosa dé paso a un presidente de derecha que gobernará con muchos de los que apoyaron al gobierno de Pinochet.
La contradicción es solo aparente, en realidad en Chile desde que se abrió paso al régimen que sucedió a la dictadura, dos coaliciones, la de derecha y la “Concertación por la Democracia”, alianza entre la Democracia Cristiana dos partidos de corte socialdemócrata y el Partido Socialista de Chile que copa el espacio político dela centro derecha y la centro izquierda, se han puesto de acuerdo en al menos dos cosas fundamentales: no tocar el modelo económico neoliberal dejado por la dictadura y no cambiar sustancialmente el régimen electoral binominal que les garantiza una cuasi paridad, se necesita, entonces para cualquier iniciativa política importante de acuerdos, y así han estado manejando el sistema en una especie de cogobierno informal durante 20 años en una “democracia de acuerdos”, pero excluyente de todas las minorías. Y es muy probable que esto siga en una surte de intercambio que se parece bastante a la teoría de Wilfredo Pareto acerca de la circulación de las élites.
La astucia de la “Concertación” actual alianza gobernante de empoderarse del modelo neoliberal y del régimen político dejado por la dictadura ha terminado. El degaste, la corrupción y una hábil campaña de la derecha la han desbancado. Una determinada gestión junto a un estilo de hacer política de los partidos integrantes de la “concertación” ya había concitado un enorme malestar incluso al interior de sus propias filas, además con el paso del tiempo las diferencias y los matices de las dos coaliciones enfrentadas en lo insubstancial, se fueron desdibujando, las ideologías licuando en la ensalada posmoderna de lo que se ha dado en llamar la política transversal, ahora da lo mismo los políticos de derecha que los de izquierda puesto que lo que se discute son los detalles.
La propia concertación preparó con esto suderrota, quien mejor se maneja en esta atmosfera populista y clientelar es la derecha y su triunfo sigue la lógica del ambiente liviano y farandulero en que se ha transformado la cultura política chilena. Tan es así que el candidato de la derecha Sebastián Piñera acaudalado millonario se presentó con una estrategia que trabajó sutilmente la idea de que era él la verdadera continuidad del progresismo de la presidenta. Ahora la Señora Bachelet deja paso a la expresión política de los principales beneficiarios del sistema que se ha instaurado en Chile, los grandes empresarios y las empresas multinacionales.
Las buenas maneras del traspaso presidencial refrendan esta disolución posmoderna de paradigmas. Como si en Chile no existiera una diferencia abismal entre la mayoría de la población y la élite dominante. Habla además de la tremenda hegemonía del pensamiento neoliberal en Chile que ha llegado a convertir hasta a ciertos sectores socialistas en obsecuentes defensores de la economía de mercado, incluso pudimos escuchar en la primera vuelta de la campaña presidencial al candidato del Partido Comunista, un socialista disidente de viejo cuño, decir que el mercado es un perfecto asignador de recursos.
La astucia de la “concertación” consistió en vestirse con ropa ajena, aunque se duda hoy que tuvieran una ropa propia, la aceptación del neoliberalismo y las estructuras de reproducción política dejadas por la dictadura, es la causa profunda de la derrota, a pesar que de bocarechazaban el binominalismo, se acomodaron y en 20 años no las cambiaron, la excusa de que la derecha se oponía revela la absoluta incapacidad política o la anuencia cómplice de no romper definitivamente la institucionalidad pinochetista.
Quizás el aporte más significativo de la coalición saliente sea el haber impuesto una especie de neoliberalismo social con inversiones en salud y educación cuyo eje lo constituyó una red de protección social que impulsó en el último período la presidenta Bachelet, además de una política de subsidios a través de bonos a los sectores más empobrecidos, que ha instaurado un populismo bonocrático que sumado al control mediático les ha permitido mantener importantes niveles de adhesión.
En realidad el 80% de popularidad que exhibe la presidenta Michel Bachelet es en gran medida una hechura mediática impulsada por toda la izquierda, el centro y la derecha, esta popularidad no podía ser transferible a su coalición porque la mitad de esa popularidad era generada por la propia derecha que evaluaba positivamente a la presidenta socialista ya que el manejo económico seguía la ortodoxia neoliberal con la cual el empresariado chileno está más que satisfecho. Mientras en plena campaña presidencial el gobierno se negó rotundamente a resarcir a los profesores de una deuda previsional histórica dejada por la dictadura, derrotando una larga huelga de los maestros, las cámaras empresariales no dejaban de elogiar la política responsable de la presidenta.
El balance profundo de los 20 años de los gobiernos concertacionistas no es para sentirse orgullosos. En un estudio reciente realizado por la Escuela de Economía de la Universidad de Chile se dan los siguientes datos: el 68% de los chilenos no tienen un contrato laboral permanente, sino precarista, lo que habla de una tasa de explotación impresionante.
Otro 68% gana menos de 180.000 pesos mensuales ( menos de 360 dólares), que el 62% de los niños nacen sin familias constituidas; que el 46% de los chilenos padecen de neurosis o depresión; que el 66% de ellos no lee ningún libro al año; que la tasa de delincuencia permanece alta y si agregamos quela represión al pueblo mapuche continúa y que los niveles de distribución del ingreso son obscenos y explican el clasismo estructural de la sociedad chilena vemos que la situación dista bastante de la imagen mediática que presenta a Chile como caminando hacia el desarrollo.
En conclusión se cambiará de gobierno pero no de modelo, habrá otros matices más regresivos por ser un gobierno de derecha y la política internacional del nuevo gobierno se enfrentará con los gobiernos progresistas de América Latina. El escenario próximo de la coalición derrotada, cuyo principal partido es el Demócrata Cristiano, es de una crisis profunda que la puede llevar a su ruptura definitiva, ya que sobre todo este partido, el demócrata cristiano, no puede articular un proyecto esencialmente distinto al de los derechistas triunfantes.
Publicado en: http://www.kaosenlared.net/
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